miércoles, 1 de febrero de 2012

Sobre SOPA, SINDE y Megaupload:

El arte no debe ser ni libre, ni prisionero, ni gratis, ni rentado ni, ni subvencionado, ni tasado. El arte debe ser; o en todo caso: el arte es.

Identificar el fenómeno de la expresión artística con su manifestación comercial (la venta de soportes o de derechos de comercialización) es una falacia que lleva a gente con buenas intenciones perder tiempo y desviar la atención de la verdadera importancia del arte como vehículo de identidad cultural, más allá del artista individual y su pretensión de transformar su arte en un objeto de intercambio económico.

El derecho a expresarse artísticamente no conduce necesariamente la existencia de mega artistas profesionales, así como el derecho a patear un balón no justifica los salarios del Real Madrid. Nos identificamos con nuestros artistas amados y admirados y los defendemos como héroes, sin reflexionar sobre los que los ha llevado hasta allí.

La creación artística no es un hecho individual, es un hecho social que está basado en códigos, lenguajes y sistemas de valoración construidos por generaciones, y la gran población de artistas que no logran explotar comercialmente su arte conforman y motorizan el campo intelectual que habilita la existencia del artista reconocido. Si bien la creación artística tiene una dimensión individual que debe ser reconocida en el artista, cada generación redescubre lo construido por la historia una y otra vez a través de sus referentes generacionales, y por eso vive la lucha de los derechos de sus héroes como una lucha personal: porque el héroe materializa los arquetipos generacionales y al reinterpretar la tradición del lenguaje artístico, es el puente que conecta a una generación con lo universal.

Pero el modelo de propiedad intelectual que defienden las corporaciones de la llamada "industria cultural" sólo defiende la primera parte de esa expresión. Es un modelo que propicia la existencia de una "clase intelectual-artística" cuya justificación está en la de ser elegidos como portavoces de su generación o de un grupo social determinado. Una aristocracia.

El artista tiene derechos, uno de ellos es el de vivir de su producción artística. Es fácil ver que el estamento de los artistas no es el más privilegiado. Y por eso opinar que el derecho de explotación comercial sobre la producción artística debe ser regulado de otro modo puede parecer osado, o aún cosas peores. Pero no se puede olvidar que una ínfima parte de los artistas vive de su producción artística, y que la inmensa y apabullante mayoría de las expresiones artísticas son autofinanciadas. Y esa es la lógica del negocio, porque para que haya un hit record de 10 millones de discos, tiene que haber 1 millón de discos que vendan 10 unidades. Es la lógica del negocio que defienden SOPA y SINDE, y que cierra Megaupload dejando a decenas de miles de usuarios de hosting de buena fe sin sus archivos, alegando los derechos de Apple o Sony.

El artista tiene derecho a obtener el mayor rédito que pueda de su producción, como cualquiera tiene derecho a vender lo que desee producir y, dentro de un marco de legalidad y moralidad, prosperar económicamente. Pero los negocios millonarios deben ser cuidadosamente regulados según el impacto social que tienen. En el caso de la producción artística, sobre el acervo cultural y su capacidad para moldear la identidad de un colectivo social.

El derecho de propiedad intelectual de las creaciones artísticas debe regir sobre las transacciones onerosas de las que participe la creación artística, es decir, participar del beneficio que surge de cualquier explotación comercial –debidamente demostrada- de esta. Pero en ningún caso debe limitar los derechos de los individuos de intercambiar contenidos culturales de forma no onerosa, porque este dispositivo es uno de los mecanismos de reproducción de la cultura que debe ser preservado.

Sin embargo, no creo que el caso de los contenidos artísticos sea igual al del resto de los contenidos protegidos por los derechos de propiedad intelectual. La función social del arte es distinta a la de la producción intelectual tecnológica, científica o filosófica, y es participar en la conformación de una identidad colectiva. El conocimiento técnico, científico, filosófico, si bien es un resultado de un proceso social –al igual que la creación artística-, es también un resultado cuyo valor es mucho más objetivable y está relacionado con una proyección individual sobre una tarea declarada de interés por el contexto (como la resolución de un problema o la mejora de un diseño).

El procedimiento de compartir un contenido técnico no es igual al de compartir un contenido artístico, y particularmente cuando esto último se realiza sin fines de explotación comercial. Al compartir una obra de arte se le está aportando contenido por el hecho de presentarla como signo de identidad. Al compartir un conocimiento generado por otro eso no sucede.

Por otra parte, desde un punto de vista pragmático, si la producción tecnológica y científica fuese socializada en términos de financiación y planificación (lo cual sería altamente deseable en mi opinión) entonces sí que el conocimiento podría ser libre. Mientras tanto, el único motor para la generación del conocimiento es la posibilidad de su explotación comercial. Esto es así hoy más que nunca, en que las tendencia de la doctrina de inversión pública en i+d pone el acento cada vez más en el carácter aplicado de las investigaciones financiables. Y en cualquier caso, el sistema de generación de conocimiento académico, más allá de su exlotación comercial, sigue una lógica de competencia entre los autores, que deben disputarse recursos públicos o privados que les son asignados en seleccion por oposición competitiva con sus pares según sus logros anteriores.

En cambio la obra de arte es una forma de expresión subjetiva que no responde a esa lógica, y la prueba está en que la mayoría de las expresiones artísticas son autofinanciadas y no rentabilizadas. Claro que es fundamental para los fines de cohesión social apoyar desde el Estado las expresiones artísticas de las personas y los grupos socioculturales mediante financiación democratizada y generación de espacios de comunicación, pero no debe entenderse a la expresión artística como una actividad económica. Las sociedades no alcanzan objetivos comunes porque su arte "mejora", como podría esperarse de la ciencia, de un modo objetivable y contrastable. Y está bien que sea así, porque ese es su lugar. La expresión artística no es una intervención sobre la realidad, no busca el bien común: es un hecho social. Por lo tanto la posición del Estado frente al arte, a través de la gestión y a través de la legislación, no debe ser economicista sino sociológica. El arte sucede, y aunque el artista debe ser libre de comercializar su producción, debe existir una dimensión de propiedad social del arte que la preserve como un signo de identidad, no deformado por una lógica dictada por monopolios y grandes proyectos de inversión.

Compartir contenidos artísticos está bien. Se llama cultura. Eso es lo que hay que defender.